Curiosidades gastronómicas | Cómo se comporta nuestro cerebro cuando comemos

Es frecuente escuchar aquello de que comemos por los ojos, pero la realidad dista mucho de acercarse a esta socorrida afirmación: las personas no comemos ni por los ojos ni por la boca, sino por el cerebro. Entiéndase, es evidente que las papilas gustativas son imprescindibles en el acto en sí del comer, si bien científicamente hablando éstas suponen sólo la puerta de entrada en el todo el proceso, tal y como afirma el neurocientífico Javier Cudeiro, autor del libro «Paladear con el cerebro».

Y es que, a pesar de representar tan solo el 2% de nuestro peso corporal, el cerebro es el responsable de gastar más del 20% de nuestra energía diaria. La actividad del este pequeño ordenador situado en nuestras cabezas, además, determinará nuestro estado de ánimo y nuestro comportamiento; y es precisamente su actividad la que está estrechamente ligada con la alimentación.

El estar nervioso, cansado, apático, desconcentrado e incluso deprimido puede estar directamente relacionado con la alimentación. Cuando comemos liberamos endorfinas, dopaminas y serotoninas, entre otras sustancias, las cuales inciden en nuestro estado de ánimo y nos llevan, o no, a repetir ciertos comportamientos. Por ejemplo, cuando ingerimos sal, azúcar o grasas, se activan las zonas de placer y recompensa de nuestros cerebros, lo que a su vez nos anima a ingerir más cantidad. Estas sustancias, de hecho, se consideran igual de adictivas que las drogas o el alcohol, ya que la liberación de opiáceos endógenos es casi la misma.

Del mismo modo, nuestro cerebro necesita proteínas (carnes, huevos, frutos secos) que nos aporten tripófano, responsable de la producción de serotonina que tan felices nos hace estar. De hecho, ¿sabías que comer y mantener una relación sexual provoca el mismo placer? A pesar del escepticismo que flota alrededor de esta afirmación, neurológicamente hablando, no es algo descabellado; se activan las mismas zonas de placer y recoompensa al llevar a cabo los dos actos.

Hemos hablado de la vista y el gusto, ¿pero qué hay de los otros sentidos? Cabe tener en cuenta que son necesarios todos los sentidos para poder vivir una experiencia gastronómica completa. También juegan la partida el tacto, el olfato y hasta el oído, ya que los estímulos que se reciben influyen en la creación de neurotransmisores, responsables de que se procese la información en nuestras neuronas.

¿Y cómo sabe mi cuerpo que me gusta o no me gusta un determinado alimento? Pensamos que es la boca quien nos permite realizar esta distinción, pero la responsable directa es la amígdala cerebral, situada en el lóbulo temporal y capaz de enviarnos señales que influyan en la elección de elegir una cosa u otra para comer. Por eso, cuando nos encontramos ante la carta de un restaurante, el que hace todo el trabajo en nuestra cabeza es el sistema límbico, situado en el susodicho lóbulo temporal.

Así, podría afirmarse que la comida no es sólo una herramienta de supervivencia, sino también un camino al placer.

Vía | Gastronosfera

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